Para un niño tener puntos de
referencia claros sobre lo que
debe o no debe hacer es tan
vital como alimentarse. Para él
tener claros los límites
educativos es importante por
tres motivos:
1.- Porque le ayuda a
entender e integrar las
normas que rigen el mundo en
el que vive.
2.- Porque le ayuda a
sentirse seguro.
3.- Porque les ayuda a
“portarse bien”, a ser
“mejores personas” y, por lo
tanto, a tener un buen
concepto de sí mismos.
Un sistema de
normas estable le ayuda a saber
predecir las consecuencias de su
propia conducta. Le ofrece la
seguridad de saber a qué
atenerse en todo momento.
No os quepa
la menor duda de que vuestros
límites le dan seguridad al
niño; sin ellos el niño se
siente perdido. Todo se humano
necesita un punto de referencia.
Los niños más inseguros y
temerosos son aquellos hijos de
padres muy permisivos o que
tienen un criterio educativo
incoherente (hoy te castigo por
esto, mañana lo considero una
gracia). “Si yo no tengo claro
por dónde me tengo que conducir,
si no tengo claro qué es lo que
está bien y qué es lo que está
mal, me siento perdido”. Los
niños sin disciplina sufren
mucho. No creas que te va a
querer menos por negarle o
prohibirle ciertas cosas, le
hace bien saber que eres tú, y
no él, quien decide.
Los niños que consiguen manejar
a sus padres a su antojo
desarrollan una aparente
seguridad en sí mismos que se
disipa en cuanto salen del
hogar. Parece como si su
experiencia vital les llevara a
la siguiente reflexión
inconsciente:
“Mis padres
son los que me tienen que
defender de los peligros del
mundo, si yo hago con ellos lo
que quiero ¿en que manos estoy?”
Muchos padres
piensan que si son exigentes con
sus hijos, éstos les querrán
menos, se rebelarán y no habrá
quien los domine. Por lo
general, les sorprende que ante
una mano firme pero cariñosa,
sus hijos respondan relajándose
y portándose bien.
Los niños necesitan límites y
normas claras y se sienten más
seguros y más cómodos
interiormente cuando los tienen.
Los niños
desean portarse bien, porque
portarse bien les hace sentirse
válidos y buenos niños. Algunos
padres son excesivamente
blandos, modifican sus castigos
ante el llanto de sus hijos y se
dejan convencer con facilidad
para tomar una decisión que en
el fondo no desean o que
sospechan que no es
educativamente correcta. Estos
padres volubles ante las
protestas de sus hijos, no se
dan cuenta de que cambian
constantemente las normas de
casa. Cuando actúan así, dejan
en manos del niño toda la
responsabilidad de decidir
portarse bien o mal. El niño
tiene tentaciones de dejarse
llevar por lo que le apetece y
dejar las responsabilidades a un
lado, si los padres tienen un
planteamiento coherente que les
ayude a ajustarse a las normas,
vencer este deseo es más fácil.
¿Te costaría igual llegar
puntual al trabajo si no
tuvieras que fichar?,
¿Trabajarías horas extras si no
estuvieran bien pagadas?
Igual que nos
sucede a nosotros, al niño le
resulta más fácil portarse bien
si tiene los límites claros y si
tiene incentivos que le animen a
hacerlo. Cuando un niño se porta
mal, aunque no lo manifieste
abiertamente, se siente malo y
su autoestima se deteriora.
Los padres
que saben poner límites son
mucho más eficaces y dan más
seguridad que los que temen
hacer uso de su autoridad (no se
debe confundir autoridad con
autoritarismo). O los que
cambian sin cesar sus principios
educativos. En este último caso,
el niño siente una gran
inestabilidad y confusión, no
sabe a qué atenerse y su
conducta se vuelve estresante e
insoportable. Tiene necesidad de
unas nomas claras y estables,
dictadas por vosotros y que
vigilaréis.
El respeto a
las reglas es asunto de ambos
progenitores. Ambos padres han
de ponerse de acuerdo y formar
un frente común delante del
niño. Cuando no existe acuerdo
en cuanto a las pautas a seguir
(normas, premios, castigos,…) el
niño lo aprovecha y consigue
salirse con la suya. Las normas
y los límites no son un medio
para controlar a los niños o
conseguir que éstos obedezcan a
los adultos, sino un método que
les ayuda a integrarse en la
sociedad mostrándoles patrones
de conductas socialmente
admitidas y, por consiguiente,
también las que no lo son. Para
una buena convivencia tanto
familiar como escolar es
necesario establecer normas y
límites.
A los niños
les gustan los límites, hacen
que se sientan seguros. Pero
también intentan ponerlos a
prueba para ver si estamos
hablando en serio.
Cuando los
niños fuerzan los límites es
importante que padres y
profesores se mantengan firmes y
no cedan a todo tipo de
chantajes afectivos, que pueden
entrar en juego en ese momento.
Los límites no son sinónimo de
castigo sino de enseñanza,
marcan lo que se espera de
nosotros y así nos es más fácil
agradar a los demás con nuestro
comportamiento.
Además ayudan
a los niños a asumir el control
de su comportamiento y a ser
responsables de sus acciones (no
olvidemos, que la
responsabilidad se aprende). Por
tanto, podemos estar seguros de
que los niños de todas las
edades deciden cómo se comportan
y ajustan su comportamiento en
función de las respuestas que
reciben o de las consecuencias
de sus actos.
Hoy en día,
muchos padres y madres viven
esclavizados por la “tiranía” de
los hijos, haciendo todo aquello
que ellos quieren sin poner
ningún límite a su conducta. Las
normas son necesarias para la
convivencia familiar y para la
posterior integración de los
niños en la sociedad, y una vez
establecidas deben ser
cumplidas, ya que de lo
contrario los niños o
adolescentes pueden pensar que
no tenían verdadera razón de
ser.
A la hora de
establecer límites, los padres
deben tener como criterio
establecer unas normas claras,
razonables y adecuadas a la edad
del niño; evitar ciertas
actitudes como pueden ser la
sobreprotección, el
autoritarismo o la pasividad; y
por último, no deben olvidar ser
coherentes con dichas normas
respecto a su cumplimiento,
fijando y aplicando refuerzos y
sanciones, y siendo nosotros
mismos ejemplo de las mismas,
La existencia de normas es muy
importante para el adecuado
desarrollo del niño. Una de las
primeras necesidades del niño es
la seguridad. El niño educado
sin disciplina se muestra
inseguro e indeciso.
Las normas
ayudan a poner límites a los
impulsos y comportamientos, así
como a crear conductas sociales
y saludables. Además, aumentan
el autocontrol de la persona.
Imponer
unos límites claros y
coherentes, aunque sea
complicado e ingrato, es más que
necesario.
Normalmente,
a los padres les resulta más
fácil o cómodo decir “sí “a todo
aquello que piden los hijos o
dejarles hacer lo que quieren,
pero decir un “no” a tiempo
también es conveniente y
necesario. De esta manera,
enseñaremos a los niños a
interiorizar unas normas y
conseguiremos transmitir una
disciplina que harán suya desde
pequeños hasta que,
progresivamente, se
responsabilicen de su
comportamiento.
¿Cómo
deben ser las normas?
1. Claras.
El niño tiene que saber
claramente lo que se espera de
él. La norma debe establecer qué
tiene que hacer, cuándo hacerlo,
cómo hacerlo y qué consecuencias
supondrá su cumplimiento o
incumplimiento. Por ejemplo, es
preferible decirle al niño
“quiero que permanezcas sentado
en tu silla hasta que termines
de comer” que decir “pórtate
bien”.
2. Deben ser
aplicadas indistintamente por
el padre y por la madre,
independientemente del estado de
ánimo y de quien esté presente
en ese momento. Si no le
permitimos saltar en el sofá
cuando hay visitas, tampoco
debemos permitírselo cuando
estemos solo.
3. Debemos
seleccionar pocas normas pero
necesarias. A menor edad,
menos normas.
4. Que sean
razonables y fáciles de
cumplir. Por ejemplo, a un
niño muy activo, no podemos
pedirle que permanezca quieto
durante una hora leyendo.
5. Si es
posible compartidas y no
impuestas. Respetarán mejor
las normas si han participado en
su diseño.
6.
Coherentes, a todos por
igual, incluidos los padres. No
podemos pedir a nuestros hijos
que no digan palabrotas si
nosotros no somos capaces de
evitar decirlas.
7.
Revisables y evaluables
periódicamente. Por ejemplo
la hora de acostarse puede ir
modificándose con la edad.
¿Cómo dar
órdenes?
1.-
Asegurémonos de lo que queremos
decir. A veces somos demasiado
rigurosos con nuestros hijos,
pidiendo demasiadas cosas que no
son realmente necesarias, lo que
da más oportunidades al niño
desobedecer. Es bueno pararse a
pensar en la importancia de la
orden antes de darla. Una vez
que damos la orden es importante
que el niño cumpla lo que le
pedimos y si es necesario
apoyaremos su cumplimiento. Si
pedimos al niño que recoja sus
juguetes y acabamos
recogiéndolos nosotros,
difícilmente nos obedecerá en el
futuro.
2.- Digamos,
no preguntemos. Las órdenes en
forma de pregunta dan al niño la
opción de negarse a obedecer. Es
preferible decirle ayúdame a
poner la mesa que ¿quieres poner
la mesa?
3.- Hagamos
que sea fácil de cumplir. En
niños más pequeños a veces
tenemos que limitarnos a una
sola orden, aunque necesitemos
que el niño realice varias
tareas. Si la tarea es compleja
para él podemos dividirla en
varios pasos para que pueda
cumplirla, elogiando cada paso.
Por ejemplo si un niño está
aprendiendo a vestirse solo,
podemos elogiarle por cada
prenda que sea capaz de ponerse.
4.-
Asegurémonos de que nos escucha.
Sin un contacto visual no
podemos estar seguros de que nos
han oído. No conviene dar
órdenes a gritos de una
habitación a otra, ya que el
niño puede estar tan concentrado
en la actividad que esté
realizando que ni siquiera nos
escuche.
5.- Si
queremos estar seguros de que
recibe y entiende nuestra orden
debemos eliminar todas las demás
distracciones (televisión,
música, videojuegos…)
6.- Conviene
asegurarse de que ha entendido
lo que le hemos ordenado. Para
ello podemos pedirle que nos
repita la orden que hemos dado.
7.- Debemos
considerar el tiempo. A veces es
necesario decir al niño de
cuanto tiempo dispone para
realizar la tarea.
Equipo de Orientación
Educativa y Psicopedagógica de
Alcobendas
Consejería de Educación.
Comunidad de Madrid
Marisa Ramón Fernández
Rincón del maestro:
www.rinconmaestro.tk